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En los años treinta del siglo XX apareció de una manera frecuente la iconografía del cuadro como “ventana abierta al mundo” de lo que se ha ocupado Susan Buck-Morss. La autora escenifica su conversión en cliché desde dos versiones: por un lado, un anuncio publicitario de la Gulf Refining Company de 1934 en el que un ejecutivo mira desde su despacho un complejo industrial de cuyo futuro es responsable, y por otro lado una imagen publicada en un periódico de los trabajadores de Magnitogorsk, de la misma época, con la leyenda “Mi fábrica”, en la que de manera similar aparece un trabajador socialista asomado a la ventana mirando hacia la fábrica.
Resulta evidente la relación de similitud entre las dos imágenes pero la autora compara y hace una lectura política de la iconografía utilizada en ambas que desvela gradualmente sus grandes diferencias. La escena está pintada desde una perspectiva en altura, en el caso del ejecutivo americano, lo que aporta una sensación de dominio, de poder. La misma es más baja en el caso del trabajador soviético, como referencia a que el trabajador tomo parte, desde la base, en su construcción. Estos dos puntos de vista parecen apuntar una diferencia fundamental, de clase, entre las dos pinturas. Buck Morss llama también la atención sobre los elementos periféricos que acompañan ambas escenas, un teléfono en el caso de la escena de la Gulf, (con el cual el personaje incrementa “la habilidad de dar órdenes desde la distancia”), mientras que, en la escena soviética, parece más una escena doméstica (el personaje está en mangas de camisa) y el espacio en el que se encuentra, que una década antes hubiera sido representado con líneas más vanguardistas o constructivistas, se encuentra realizado de una forma más poshnost (el equivalente soviético del kitsch), cortinas de encaje y un par de macetas de flores vivas. El análisis de Buck-Morss va más allá en torno a estos dos elementos, aparentemente inofensivos, aparentemente decorativos de la escena soviética.
Las dos plantas que aparecen en la imagen (una maceta de caucho y otra de geranio), según afirma Svetlana Boym, son el símbolo metafórico por antonomasia de la degeneración pequeño burguesa.
Boym habla de la ideología anticomunista inherente en ambas plantas, la planta de caucho aparecía también en una de las pinturas ejecutadas por Alexandr Laktionov, en 1952, El nuevo apartamento.
En la escena de Laktionov, una familia celebra con alegría la entrada a su nuevo hogar. La pintura, alegoría de la entrada de la propiedad privada, supone una visión alejada de las viviendas comunales que habían formado parte del imaginario soviético unas décadas antes. Entre los elementos que componen la escena: múltiples enseres personales, juguetes para los niños, una pila de libros amontonados, un retrato de Stalin como una mercancía más y, en la parte principal de la escena, una planta de caucho.
Continúa Boym en su argumentación respecto a los usos del geranio que estas plantas se destinaban principalmente a la extracción de aceites etéreos para la elaboración de dulces y perfumes. Esta fue la razón principal por la que ambas plantas fueron purgadas y erradicadas en la época de Stalin, en otras palabras, el “crimen” tanto de las plantas domésticas de caucho como de los geranios era que tenían un valor de uso improductivo y por tanto, se les presuponía una connotación burguesa