Es en los detalles mínimos donde se sustenta la construcción de imaginarios. Detalles que, consensuados y asumidos, pasan desapercibidos y son soporte y pedestal de imaginarios comunes. Pomponio Gaurico, autor de uno de los tratados de escultura más relevantes del siglo XV, alude a la famosa aseveración “por la uña el león”, que venía a asegurar que en una obra cualquiera era capaz de distinguir, a través de un detalle mínimo: su época, contexto, estilo, autor, etc. Por tanto, al ver una pequeña uña de una estatua podía reconocer en ella no sólo la figura del león, sino actitud, su pose, su emoción, etc.
“Por la uña el león” se articula como un detrito de fragmentos ornamentales de diversos estilos y diferentes contextos. Su presencia totémica, vertical y escalonada, remite a un elemento sagrado. Un cúmulo fragmentario de artefactos culturales específicos, se unen creando una argamasa globalizante y postidentitaria que ha perdido su unicidad. El reconocimiento de algunos de los elementos parece apuntar una sugerencia de su proveniencia. Las analogías, superposiciones y antagonismos que suscitan la relación del fragmento con su totalidad crean al aglutinarse un espectro cultural. Un monstruo multicéfalo, un pastiche irreconocible, signo tanto de la compleja multiculturalidad, como de su obligatoria convergencia. Un pachwork solidificado, no elástico ni fluctuante que se ancla y engasta en una incómoda aglomeración de particularidades. Las piezas delatan estratos, que lejos de pertenecer a una clasificación, desvelan, a través de capas cutáneas, la complejidad del cuerpo del objeto donde rechinan en una compleja convergencia.